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miércoles, 16 de noviembre de 2011

La chica del autobús



Cogía todos los días el mismo autobús y se sentaba en la última fila, a la izquierda, siempre el mismo sitio, siempre sola.
De vez en cuando escuchaba música con sus (poco) discretos cascos, y cantaba feliz, loca, divertida, sin importarle que todos los demás la estuvieran mirando, para ella no existía nada más que el paisaje que a su paso iba quedando atrás; otras veces leía un libro, impregnándose de cada una de esas palabras que poco a poco iban ocupando páginas y páginas, para contar la vida de unos extraños que a ella tanto le fascinaba. También tenía pasado el trayecto estudiando nerviosa, los apuntes de latín para un examen a primera hora. 
A veces simplemente se dedicaba a sonreír sin motivos, o muchas otras, a llorar, intentando camuflar sus lágrimas con las gotas de lluvia que resbalaban sobre el cristal.
Nadie la conocía, pasaba desapercibida por todo el mundo, por todos menos por mí. Nunca le quitaba ojo, discretamente eso sí, ansiaba ver cualquier movimiento suyo, me parecía una chica... ni rara, ni diferente, simplemente especial.
Una chica, que un buen día, se sentó en el mismo asiento de siempre  y empezó a escribir.
Desde entonces no volví a saber de ella, cada día, nada más subir, dirijo la mirada hacia la última fila, y allí está, su lugar, vacío.

La chica del autobús, que necesitaba cambiar de vida, y finalmente lo consiguió.

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